ELVIO ROMERO, DE LA TIERRA INTENSA, por Ricardo Rubio

Elvio Romero - De la tierra intensa

14x21, 120 pag.

Ensayo (1996).

Incluye: «Apuntes de la Literatura Paraguaya»

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Discurso de Ricardo Rubio en el Salón del Senado de la Nación al fallecimiento de Elvio Romero.

 

ELVIO ROMERO

13 de diciembre de 2004

 

Cuando alguna voz se alza por sobre la murmuración, cuando se rompe el silencio para exaltar una verdad, es cuando aparecen la manifestación útil y la resistencia ante el abuso y el delito.

Elvio Romero fue en vida, es y será desde sus páginas, modelo de esa resistencia.

Poeta universal de tono americano, desde el cimiento paraguayo que edifican el guaraní y el enorme acerbo literario del idioma castellano. Idioma al que su obra alimenta y dignifica, actualizándolo y respetándolo con un celo que reniega de la invasión de voces y formas que a menudo asedian nuestra esencia hispanoamericana.

Su palabra desprende fuerza vital, el carácter objetivo de nuestro lenguaje y su sonoridad. Como expresionista a ultranza se nutrió de algunas fórmulas modernistas y de la pureza de gusto por lo clásico, lo que hace que su mensaje no sólo manifieste la intensidad de una idea enraizada en lo ético, sino también un equilibrio formal, flexible a la gracia de lo espontáneo, claro y creativo en lo estético.

No encontraremos en su obra intimismos que delaten dudas o conflictos psicológicos sino el dolor real de un hombre íntegro frente a lo inexorable de una sociedad ciega de ambición que llena su vacío existencial con objetos y poderes inútiles; tampoco hallaremos proposiciones penumbrosas, aun en los temas de amor indagó la identidad como percepción de un mundo todo, siendo las fricciones más individuales buen cultivo para delatar la decadencia de las autocracias absurdas.

Si la llamada poesía social es aquella que surge como resultado de la observación de lo justo, entonces Elvio Romero fue un poeta social. Él ha dicho alguna vez:

«Soy un poeta indignado. A mí la injusticia me produce indignación.»

Cuando un hombre no puede sustraerse del sufrimiento de otro, no hace más que identificarse con su dolor, y responde emocionalmente al llamado de la razón de un modo saludable y certero

En Elvio Romero no hubo una tendencia a suscitar ponderaciones a su destreza ni a su intelecto, de los que dispuso en alto grado. Llegó a las palabras y a los hombres con el dictado de un corazón compartido, con un vocabulario llano, inspirado, y cuyo caudal no tuvo límites a la hora de la palabra precisa o del abrazo fraterno.

Desde un principio se impuso por sobre las tentaciones del exitismo; sus valores se tradujeron en composiciones sanguíneas, a veces vehementes, en las que se advierte el pesar y la angustia del desarraigo.

No puede negarse que gran parte de su obra se apoya en el recuerdo y en los estados dramáticos a los que le sometió el destierro, pero su palabra dejó un sustrato de dolor nunca abatido, jamás desesperanzado

Como aire perentorio que debe respirarse sin más se enlaza con sus héroes, y sus mártires, con sus deseos, con la exaltación de la hombría, el vigor y la honestidad de los mejores hombres. Citándolo:

Heme aquí, con los de mi camino, el justo, el pobre, el perseguido y el rebelde; de parte alguna vino su voz, sino de ellos.

Sus ideas firmes y objetivas, brotadas de la realidad y ejemplificadas con ella, se hacen verbo ante la observación de la injusticia. Empieza a considerar entonces que la poesía no es simplemente un juego de palabras que emerge como fruto del trabajo intelectual, sino un canto que brota de la emoción más honda y más sincera del ser, que traduce la mirada que el poeta derrama sobre las cosas y que llena los versos de sensaciones que buscan lo palpable, el eslabón que una la abstracción con la materia.

Es entonces cuando deviene crítico de esa realidad y se instala fuertemente en el compromiso social, pues el hombre es gregario y vive en sociedad, y si ésta le hace sufrir, su canto será una elegía o una exhortación, pues, como dijo alguna vez:

«La poesía es un estremecimiento que siempre estuvo con los oídos atentos a las palpitaciones del mundo».

Al respecto opinó Walter Wey que la poesía es una expresión viva de las ansias colectivas; decía también:

que “las inquietudes del pueblo deben manifestarse en los versos de los hombres elegidos.”

Si bien la poesía de Elvio Romero tiene un tono social o comunitario, de ningún modo es panfletaria o servil. Su obra es una pintura de la realidad, es fiel a los sucesos del tiempo que le tocó vivir y sensible a las necesidades de un pueblo agobiado por las guerras y por los abusos del tirano de turno.

La validez de una poesía de compromiso social depende de cómo el mundo resuena en el alma del poeta y de cuánta sinceridad exista en la dolorosa contemplación de sí y de su gente. De lo contrario, y fatalmente, caerá en la declamación falsa, pretenciosa y demagógica.

No ignora ni soslaya el destino trágico que unos pocos hombres dispensan a la mayoría, destino que asume como propio, resultándole a veces más penoso que a quien lo sufre. Cuando el que está en el ruedo es un poeta, el resultado del grito es una suscitación que deviene arte.

Extrañará pensar que su obra acentuadamente humanística sea de carácter pasional en función de una proyección subliminal de la libido. Técnicamente se apoya en una sonoridad a ultranza y en su talento singular en el manejo del idioma para hallar el fonema preciso. Pero las relaciones están a la vista: simbólicamente los griegos juzgaban que el ritmo era la parte masculina del arte, siendo la lírica la femenina, de esta relación crece el arquetipo de la unidad, y brota el amor como único elemento preservador de todas las cosas. Dice Romero:

«Yo leía mucho a los clásicos, cosa que se debe notar en mi poesía, por una preferencia que le di a la música… preferencia por una rítmica muy ceñida, con una imaginería que yo llamo más escueta, más cerrada…”

A pesar de ser un «poeta social» —idea que nos llevaría fácilmente a prejuzgarlo como un hombre de personalidad avasallante—, su obra posee un fuerte carácter individual, acaso infundido por su actitud austera y por su ánimo parejo y atemperado.

En Elvio Romero no hay una tendencia voluntaria a producir tal o cual efecto. Llega a los poemas que su inteligencia y corazón le dictan, con un glosario inspirado, cuyo caudal pareciera no tener límites. No sólo el talento emana desde sus líneas, sino también la «destreza» intelectual. Al respecto dijo:

«Un poeta tiene que conocer su oficio como un carpintero o un zapatero. No concibo un poeta que no conozca su trabajo.»

Cumple con el principio de acción y reacción de un modo inconsciente: lo que impulsa su poética hacia lo social es a la vez lo que la aleja de lo político. Opinaba que «lo social tiene que ser natural, surge en la medida en que está asimilado, no es una cosa pensada.» De este modo no atormentó sus versos con descripciones forzadas en tal sentido. El resultado de su trabajo no es la simple actitud de la voluntad, sino la carne de la forja varonil del hombre americano —o del fuerte y convencido hombre del cincuenta que la posterior decadencia intenta desdibujar incansablemente—; es la necesidad de un poeta que no se sustrae de la visión ni de la fricción diarias, y las racionaliza con justicia y honradez.

En este sentido Elvio Romero es el mayor poeta del humanismo americano, lineamiento que, dentro de una intención integradora, abarcaría también las obras de los peruanos Alberto Hidalgo y Manuel Scorza, y del dominicano Manuel del Cabral, aunque en los casos particulares de estos, lo social no ocupa un porcentaje tan alto de sus estéticas, sino se trasuntan unas veces desde lo voluntarioso, otras veces desde lo personal.

En cambio, la obra de Elvio Romero cubre con un manto de poderoso lirismo los paisajes oscuros de nuestra sociedad en forma directa, ejemplificadora y hasta feroz cuando el destinatario lo merece.

Aquí, en Buenos Aires, vieron la luz las primeras ediciones de sus libros e hizo de esta ciudad su hogar por más de cincuenta años. Fue aquí donde sus primeros libros se agotaron a pocos meses de impresos, y desde aquí saltó al mundo, a su conquista, para transformarse en un poeta universal: clásicamente castellano, claramente americano y paraguayo en lo hondo.

Su altura, en los primeros renglones de la poesía universal, no se debe a gestiones de favor ni a falsa publicidad.

Elvio Romero fue, para quien les habla, no sólo modelo de hombre, poeta y amigo, sino también ejemplo de coherencia, fidelidad y honestidad.

Ricardo Rubio

Ricardo Rubio