PARA JUSTIFICAR A CAÍN, de María Amelia Diaz

14x21, 80 pag.

Poesías (2011).

Arte de tapa: Yekho Salazar Romero «Se alzó Caín contra Abel, su hermano, y le mató (Génesis 4, 8)», 1985.

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                                                                         El diablo me sigue noche y día
                                                                          porque tiene miedo de estar solo
Francis Picabia

PARA JUSTIFICAR A CAÍN

En el principio fue la luz,
el día y la noche sin ventanas,
y un dios primerizo cumplido en todos los colores
/del agua.
En la redoma donde todo empieza, estaban las
/fragancias,
y el verde desteñido sobre el verde.
Después fueron los vientos, desde la línea inicial
/del horizonte.
Pero faltaba algo,
dos cuerpos apenas sombreados por el vello,
Él los formó desnudos, como si no hubiera
/tentación posible.
Había creado el Paraíso.
No,
no para que arrebatáramos la alegría al vértigo,
en su Paraíso reptaba la serpiente,
pero ellos no sabían,
y bastó la manzana para enviar al Ángel.
Fue un pretexto fugaz en el árbol primero,
fue la espada del Ángel y el hielo abrasando los
/huesos.
Después la historia se repite:
Eva y Adán                /                   Adán y Eva
inocentes contra el mundo de la doble tiniebla,
la carne consumida por el dolor y el tiempo.
Y la primera violencia echando sus raíces bajo el cielo.

                                                                                    María Amelia Diaz

 

PARA ABRIR EL PARAÍSO, de María Amelia Díaz

Para abrir el paraíso

14x20, 64 pag.

Poesías (2003).

PARA ABRIR EL PARAÍSO

La superestructura que nos controla impone una determinada visión del mundo a través de sus aparatos ideológicos. La aparente libertad de la que disponemos no es más que una ficción, pues nada hay más regulado que la actividad del creador de marquesina, cuyo mensaje puede llegar a las masas por estar directamente insertado en el circuito productivo.

No es nuestro caso, claro; nuestro caso es el de la poesía y bien sabido es que esta disciplina pertenece a las catacumbas del mercantilismo. No es casual, quizá sí sea paradójico, que el libro de María Amelia Díaz se titule “Para abrir el paraíso” —nada más cercano al paraíso que las catacumbas—.

Un artista sólo es libre cuando se desinteresa del público masivo pues es sombría, culturalmente, la ingerencia de los editores en la creación literaria, pues ninguno, en su sano juicio utilitario, recomendaría la poesía que responde a la premisa de poiesis. Y es poiesis la que presentamos hoy.

En el primer libro de María Amelia, “Cien metros más allá del asfalto”, el poema Infancia dice así:

Voy a soltar / los alazanes del sueño

Para volver / a mis flores azules,

Gramilla, cardo, viento… / El baldío.

Y debajo de mis pieles sucesivas

El primer asombro.

Y, si bien aquel libro fue el resultado de una necesidad de manifestación por la belleza, lograda y trascendente; «Para abril el paraíso» lo es de la franqueza creadora, en la concreción segura a la vez de sutil, sonora y despojada de artificios superficiales. Es una construcción participativa del parecer que no intenta regir, del concepto que no abruma sino comparte, de una ilusión que tiñe las paredes de esperanza más que del fin. No en vano inicia el libro con la ironía que dice así:

“Nietzsche / decretó la muerte de Dios

Fukuyama / el fin de la historia

Entonces?”

Esta pregunta la responderá en la página dieciséis, donde dice:

“Ahora lo humano inauguraba la historia

El silencio ponía sus dos pies en fuga

Y para colmar el mundo

Bastaba el badajo de una lengua:

Entonces las ideas sonarían como cuernos

en el recinto del tiempo.”

Esta descripción del principio de nuestra era de bípedos inadaptados es una alegoría emocional, el deseo de la reconstrucción, de la hermandad, el espíritu gregario que subyace entre las sombras de la inconsciencia. Para abrir el paraíso no es un canto intimista de búsquedas o cuitas personales, es una arenga por el rescate de la identidad perdida de la humanidad posmoderna; un rescate que busca coincidir sus aspiraciones con necesidades reales, las necesidades del paraíso, el negado, la composición de la paz y la concordia.

Esta obra, estructurada como un racconto de experiencias: suma de sueños, postergaciones y éxitos, no se sumerge en la corriente facilista que nos inunda. Quien se deje llevar por esta corriente en vano intentará la innovación, y no es posible innovar cuando una cultura da por sentadas demasiadas cosas. María Amelia Díaz, innova dentro de sí, casi a hurtadillas, sin alardes presuntuosos, exaltando lo más luminoso del espíritu humano. Una de sus instantáneas dice:

“Emerjo cada día / con mi cómoda cuota de silencio

Busco la palabra inversa / que me alcance un horizonte.”

Versos que, además de la denuncia, ilustran la actitud de la poeta, que inicia desde el silencio la busca de su propia voz, la voz clara e identificatoria de la inteligencia.

Sabe que la lucha se trunca cuando se contradice abiertamente la cultura dominante. Pero no desconoce que en poesía sólo lo nuevo es creación, y aquellos que avanzan falsificando los mecanismos perceptivos, los que desean que las respuestas no se produzcan nunca, son los mismos a los que alguna vez se refirió José Ingenieros, sintetizado ahora alegóricamente en el poema V de Instantáneas, que dice así:

“Hay pequeños tormentos

clavados como aullidos en el furor de la carne,

como breves mariposas despintadas

pinchadas en la colección de un loco,

que amanecen cada noche a la inversa de los sueños.”

La inversa de los sueños es acaso la realidad despótica.

Para abrir el paraíso nos evidencia a una poeta expresionista con las novedades del intercalado armónico de los temas social y emocional, que nunca deben separarse. Asciende a la hondura, valga la antítesis, con claridad y suficiencia, dentro la misma carne de lo intimista. A veces nostálgica, a veces vehemente, María Amelia Díaz, nos comparte la emoción, no sólo de entrar, sino también de crear el paraíso.

Ricardo Rubio