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Poesías (2003).
PARA ABRIR EL PARAÍSO
La superestructura que nos controla impone una determinada visión del mundo a través de sus aparatos ideológicos. La aparente libertad de la que disponemos no es más que una ficción, pues nada hay más regulado que la actividad del creador de marquesina, cuyo mensaje puede llegar a las masas por estar directamente insertado en el circuito productivo.
No es nuestro caso, claro; nuestro caso es el de la poesía y bien sabido es que esta disciplina pertenece a las catacumbas del mercantilismo. No es casual, quizá sí sea paradójico, que el libro de María Amelia Díaz se titule “Para abrir el paraíso” —nada más cercano al paraíso que las catacumbas—.
Un artista sólo es libre cuando se desinteresa del público masivo pues es sombría, culturalmente, la ingerencia de los editores en la creación literaria, pues ninguno, en su sano juicio utilitario, recomendaría la poesía que responde a la premisa de poiesis. Y es poiesis la que presentamos hoy.
En el primer libro de María Amelia, “Cien metros más allá del asfalto”, el poema Infancia dice así:
Voy a soltar / los alazanes del sueño
Para volver / a mis flores azules,
Gramilla, cardo, viento… / El baldío.
Y debajo de mis pieles sucesivas
El primer asombro.
Y, si bien aquel libro fue el resultado de una necesidad de manifestación por la belleza, lograda y trascendente; «Para abril el paraíso» lo es de la franqueza creadora, en la concreción segura a la vez de sutil, sonora y despojada de artificios superficiales. Es una construcción participativa del parecer que no intenta regir, del concepto que no abruma sino comparte, de una ilusión que tiñe las paredes de esperanza más que del fin. No en vano inicia el libro con la ironía que dice así:
“Nietzsche / decretó la muerte de Dios
Fukuyama / el fin de la historia
Entonces?”
Esta pregunta la responderá en la página dieciséis, donde dice:
“Ahora lo humano inauguraba la historia
El silencio ponía sus dos pies en fuga
Y para colmar el mundo
Bastaba el badajo de una lengua:
Entonces las ideas sonarían como cuernos
en el recinto del tiempo.”
Esta descripción del principio de nuestra era de bípedos inadaptados es una alegoría emocional, el deseo de la reconstrucción, de la hermandad, el espíritu gregario que subyace entre las sombras de la inconsciencia. Para abrir el paraíso no es un canto intimista de búsquedas o cuitas personales, es una arenga por el rescate de la identidad perdida de la humanidad posmoderna; un rescate que busca coincidir sus aspiraciones con necesidades reales, las necesidades del paraíso, el negado, la composición de la paz y la concordia.
Esta obra, estructurada como un racconto de experiencias: suma de sueños, postergaciones y éxitos, no se sumerge en la corriente facilista que nos inunda. Quien se deje llevar por esta corriente en vano intentará la innovación, y no es posible innovar cuando una cultura da por sentadas demasiadas cosas. María Amelia Díaz, innova dentro de sí, casi a hurtadillas, sin alardes presuntuosos, exaltando lo más luminoso del espíritu humano. Una de sus instantáneas dice:
“Emerjo cada día / con mi cómoda cuota de silencio
Busco la palabra inversa / que me alcance un horizonte.”
Versos que, además de la denuncia, ilustran la actitud de la poeta, que inicia desde el silencio la busca de su propia voz, la voz clara e identificatoria de la inteligencia.
Sabe que la lucha se trunca cuando se contradice abiertamente la cultura dominante. Pero no desconoce que en poesía sólo lo nuevo es creación, y aquellos que avanzan falsificando los mecanismos perceptivos, los que desean que las respuestas no se produzcan nunca, son los mismos a los que alguna vez se refirió José Ingenieros, sintetizado ahora alegóricamente en el poema V de Instantáneas, que dice así:
“Hay pequeños tormentos
clavados como aullidos en el furor de la carne,
como breves mariposas despintadas
pinchadas en la colección de un loco,
que amanecen cada noche a la inversa de los sueños.”
La inversa de los sueños es acaso la realidad despótica.
Para abrir el paraíso nos evidencia a una poeta expresionista con las novedades del intercalado armónico de los temas social y emocional, que nunca deben separarse. Asciende a la hondura, valga la antítesis, con claridad y suficiencia, dentro la misma carne de lo intimista. A veces nostálgica, a veces vehemente, María Amelia Díaz, nos comparte la emoción, no sólo de entrar, sino también de crear el paraíso.
Ricardo Rubio