Ensayos 1964-2005 (2006). Arte de tapa: Salvador Galup.
Ensayos 1964-2005 (2006). Arte de tapa: Salvador Galup.
Nº 51, Noviembre de 2005.
Dirección: Alberto Luis Ponzo y Alba Correa Escandell.
En este número: Ester de Izaguirre, Marcos Silber, Ricardo Rubio, Graciela Maturo, Norberto Alessio, Norberto Barleand, Juan Alberto Núñez, Graciela Susana Puente, Valentín Cricco, Beatriz Taboada, Antonio Aliberti Alberto Arias, Julio Huasi, Ramón Canalís.
Ensayos (2011).
Juntadores: Jorge Cambiaso, María Amelia Diaz y Susana Cattaneo.
Prólogo de Leopoldo Castilla.
Gianni Siccardi por Rubén Balseiro
Carlos Alberto Débole por Julio Bepré
Joaquín O. Giannuzzi por Graciela Bucci
Antonio Aliberti por Luis Raúl Calvo
Jorge Luis Borges por Jorge Cambiaso
Roberto Juarroz por Cati Castaño
Alejandra Pizarnik por Susana Cattaneo
Ana Emilia Lahitte por Mirta Cevasco
Leopoldo Marechal por María Amelia Díaz
Ana Emilia Lahitte por Roberto Glorioso
Antonio Requeni por María Granata
Simón Kargieman por Irene Marks
Rosa María Sobrón por María Paula Mones Ruiz
María del Mar Estrella por Carina Paz
Héctor Miguel Ángeli por Cristina Pizarro
Carta para Alejandra Pizarnik por Antonio Requeni
Alberto Luis Ponzo por Ricardo Rubio
Francisco Madariaga por David Antonio Sorbille
Juan L. Ortiz por Graciela Wencelblat
Héctor Yánover por Irene Zava
Poesía (1999). Prólogo de Graciela Maturo. Arte de tapa: Hilda Mans.
Integrada por: Antonio Aliberti,Emilse Anzoátegui, Julio Bepré, Laura Calvo, Luis Raúl Calvo, César Cantoni, Alba Correa Escandell, Roberto Di Pasquale, Mariano García Izquierdo, Marcela Giacobbo, Roberto Glorioso, Miguel Ángel González, Amadeo Gravino, Pedro Grieco, Jorge Ariel Madrazo, Hilda Mans, Luisa Peluffo, Alberto Luis Ponzo, Ricardo Rubio, Alejandro Schmidt, Andrés Utello y Susana Valenti.
Taller literario Almafuerte. Selección y prólogo de Alberto Luis Ponzo y Juan Alberto Núñez.
Arte de tapa: Santiago Javier.
Antologados: Norberto Alessio, Ramiro Belliard, Luisa María Bogo, María Cristina Caps, Silvia Marina Crespo, Maía Elena Denis, Emilia Fariña, Olga Ferraguti, Norma Pazos, Pablo Garavaglia, Claudia A. Herrera, Beatriz Juárez y Bernabé Sosa.
Poemas (2010).
Arte de tapa de Mónica Caputo.
Poema de Ricardo Rubio (2003). Arte de tapa de Mónica Caputo.
* «Mejor Libro del Mes» por la revista Daphne dirigida por Gustavo Soler.
* Mención Especial Única de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, bienio 2002/2003.
* Segundo Premio «Ariel Bufano» a la versión teatral (El escriba nocturno), otorgado por la Universidad de Morón (2004).
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PRELIMINAR (por el autor)
Tres tipos de hombres recogen
los dorados frutos de la tierra:
el héroe, el sabio consumado
y el que sabe servir.
Panchatantra, Libro I, sloka 45.
La vida no debería ser un simple entrenamiento físico para el tránsito, el trabajo y la final conquista. El niño que deviene hombre siente que su esencia de guerrero lo conduce hacia el vértigo, hacia la lucha y hacia la mujer. Un impulso primario de posesión alude a los elementos que la vida impone a sus individuos desde la oscuridad. El guerrero se desarrolla afín al camino y se perfecciona en la maestría de alguna especialidad, pero la presencia del niño en el núcleo de su ánima no desaparece, es el cimiento de un edificio que ha sumado altura con los años, son los extremos de un mismo ser, distantes en tiempo y en templanza, que se bifurcan, que se dividen con una virtual cariocinesis que los enfrenta: uno, con las dudas y los deseos que la esperanza sembró en su alma; otro, con la sabiduría que el trayecto le ha ofrecido, roces a través de la niebla de la existencia. Así, el pasado intercambia ideas con el presente.
El racionalismo no admitirá jamás la idea de un propósito que invade las zonas más oscuras de la emoción, no validará una bilocación que atiende a la necesidad de aprovechar cada momento hasta el agudo. Convengamos que el niño guerrero y el escriba nocturno se encuentran dentro de una idea, en medio de un sueño que no pretende ser concepto ni metáfora —a pesar de las afirmaciones casi vehementes a lo largo del poema—, un lugar entre la tierra y el cielo. Ni el uno ni el otro aspiran a ser representaciones sensibles, sólo arrullan un sentido de oposición en cuanto a las formas de mirar y de sentir de un joven en vilo y de un anciano templado.
El hombre regresa al lugar de sus orígenes o muere solo. Su vida tiene algunas victorias y algunas derrotas, y con ellas, risas y lágrimas. Vuelve alguna vez al lugar donde nació y creció. Vuelve a la figura del padre, acaso él mismo, ya viejo y sabio. Esa doble identidad permite al mayor de los hombres el conocimiento absoluto del otro, pues no sólo lo contiene, sino también entrevé su devenir. Este conocimiento no otorga las ventajas que a primera vista parecen intuirse, solamente insinúa un remanso, un estadio de tranquilidad, cuando los recuerdos que vuelven al guerrero tocan los sueños del pasado. A raíz de la catarsis, cobra nuevas fuerzas y vuelve a las fricciones, como debe ser.
Ricardo Rubio
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CONTRATAPA DE LA PRIMERA EDICIÓN por Alberto Luis Ponzo.
Si una breve apreciación acerca del trabajo poético puede parecer poco valorativa, al adelantarse algunas líneas expresivas o formas de mayor gravitación, en el caso de “El color con que atardece” sería arriesgada una tentativa de interpretación que no dejara lugar a las diversas experiencias literarias de Ricardo Rubio (ensayo, narrativa, filosofía y teatro). Todo esto es lo que respalda, y acaso condiciona, la tónica de un libro que reafirma, no sólo una sostenida unidad poética, sino la presencia indiscutible de quien, con obstinación y profundidad, ha dado el acento más destacable a una nueva generación.
Puede fijarse en los comienzos de la década del ochenta una patente renovación del lenguaje, con la visión de un mundo cambiante, cruzado de conflictos, quebrado en sus ideales y en las mismas entrañas de toda representación como valor humano. Dentro de este marco “sentimos el corazón en la punta de los dedos”, escribe Ricardo Rubio; “Inermes, nuestros brazos no retienen el alba”. O “nacemos para ir perdiendo la luz de las estrellas”. No abstante la devastación o el vaciamiento de los simples e imaginarios destinos del ser en este universo, puede haber salvación y, desde luego, un sentido mayor para todo quehacer artístico.
Ricardo Rubio se pregunta: “¿Dónde la magia, el sitio sagrado, el encantamiento? ¿Dónde ahora la belleza?” La respuesta está quizás no lejos de cada uno de nosotros. El autor de este libro, más allá de “Historias de la flor”, “Arbol con pájaros” o “Simulación de la rosa”, algunos de sus anteriores poemarios, abre aquí distintas posibilidades. Diálogos, interrogaciones, a manera de una despojada búsqueda de verdades absolutas, haciendo de “El color con que atardece” una obra, en esencia, ética y plena de imágenes reveladoras de una época donde el hombre “puede helarse de infortunio”.
Alberto Luis Ponzo
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COMENTARIOS EN CONTRATAPA DE LA SEGUNDA EDICIÓN:
No nos asombra que preceda al libro un texto preliminar con un epígrafe del Panchatantra. Toda la poesía de Rubio nos ha venido preparando para este encuentro con la sabiduría milenaria de los textos tradicionales. Ahora ve al hombre como el guerrero sagrado que cumple su destino de vértigo, lucha y amor. Reflexiona una vez más sobre las limitaciones de la raza, en la legitimación del saber poético, donde se encuentran sus íntimos personajes: el niño guerrero y el escriba nocturno. Estamos en la instancia que Martín Heidegger ha llamado Die Kehre, el retorno del hombre a su origen, y la vuelta del Ser al hombre. Me hace feliz dar la bienvenida a este libro de Ricardo Rubio y compartir la aventura metafísisca de su poesía.
Graciela Maturo
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Son estos versos de Rubio un diálogo con el destino, una canción a lo que la vida tiene de desolado, y hago suyo el acento de la musicalidad que casi no se encuentra en la poesía de hoy. El color con que atardece es uno de los pocos libros que reúnen la melancolía, la exhortación, la reflexión y la honda musa, y tanto puede ser cantado como estudiado. Héroe y escriba, joven y anciano, son circunstancias que tocan al hombre, al poeta o al hermano, un momento y un lugar que sirven a la metáfora para remontar el vuelo.
Elvio Romero
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Ricardo Rubio recrea los mitos, trata de ordenar el futuro como ese Tiresias de T. S. Eliot en «El sermón de fuego» de La Tierra baldía (III, vv. 218-220), o como ese Hanrahan de The Power (1928), de William B. Yeats, quien ebrio o sobrio irá por el alba para limpiar las lacras o las cenizas que alimentan a los humanos. La poética sonora de Rubio busca en la dimensión de esos seres míticos, que son el Guerrero y el Escriba, la elevación del hombre y la expurgación del cosmos, sabe que el mundo es un ser perecedero que morirá para rehacerse una y mil veces, como ya lo había intuido Zenón de Citio en el S. IV a. de J. C.
Juan-Jacobo Bajarlía