“… la Biblia junto a un calefón”
Enrique Santos Discépolo
Las características sociales de nuestro país y sobre todo las de la gran ciudad, en este caso, Buenos Aires, no escapan a los estándares globales de otras grandes ciudades del mundo, igual que en otros lugares, aparecen particularidades especiales, asociadas a la idiosincrasia de nuestro pueblo, al desarrollo del mismo, a la visión que tenemos del hombre y del lugar que deberíamos ocupar en el mundo en oposición con el que verdaderamente ocupamos.
La sociedad actual se debate entre creencias que parecen obsoletas o arrumbadas en un placar y mensajes de una clase dirigente que enmascaran una realidad palpable día a día con el sólo hecho de salir a comprar los alimentos necesarios a un supermercado.
Si hay hechos que caracterizan el momento histórico que vivimos, son sin duda la incertidumbre, la poca claridad en la comunicación, la pérdida de los valores que creímos esenciales para el desarrollo de nuestra sociedad.
Hay indudablemente un quiebre en la comunicación; la tecnología, entendiendo por tal, teléfono, televisión, radio, internet, etc. nos permiten estar al tanto de lo que acontece en cualquier lugar del mundo en forma instantánea, sin embargo, el cúmulo de información es apabullante y termina por superponerse una a la otra, así, el secuestro de “A” queda en el olvido por la violación de “B” y ésta a su vez se solapa con el asesinato de “C”. Todo es pasajero, hasta la muerte, la cual al no poder ser reemplazada queda a la espera de otra muerte más “trascendente”. Sólo con encender el televisor veremos (salvo casos puntuales) que se repiten y repiten interminablemente los mismos contenidos, no con el fin de informar, sino para causar sensación, generando así, el rating necesario que, como todos sabemos, se mide minuto a minuto.
Lo expuesto hasta aquí nos lleva al centro de nuestra problemática. Sin duda afrontamos una crisis; el ser humano es pensamiento, el pensamiento es lenguaje y evidentemente, esta crisis se manifiesta como una crisis de lenguaje. No es una crisis casual, nada de lo que acontece en el mundo de las relaciones humanas lo es, responde a condiciones históricas y sociales cuando no a intereses directos de las clases dominantes que apuntalan determinados procesos comunicacionales a fin de sostener su poder.
Como vemos, afrontamos una crisis de lenguaje; esto no significa negar una crisis puntualmente económica que afecta, en mayor o menor medida, a casi todos los hogares argentinos, ni tampoco y asociada a ésta, minimizar una crisis social que hace que miles de niños que deberían estar estudiando, se encuentren recogiendo cartones hasta altas horas de la madrugada, 0 ancianos que en lugar de disfrutar del resultado de todo el esfuerzo de una vida tengan que estar, aún a su edad, trabajando para poder comer diariamente; pero es importante entender que cuando las palabras pierden su significado ya no sabemos que estamos nombrando al nombrar y la comunicación pierde sentido. Así, decimos por ejemplo “obrero” o decimos “sindicato” y ¿En qué pensamos? porque no creo que en nosotros se genere el mismo sentimiento cuando pensamos en aquellas agrupaciones sindicales de obreros que tan magníficamente describe Osvaldo Bayer en “La Patagonia Rebelde” que cuando vemos lo que acontece hoy en día. Tampoco sabemos que estamos diciendo al decir “política” y mucho menos cuando decimos “patria”, bastaría pensar en el Dr. Manuel Belgrano muriendo en la miseria después de haber ofrecido todo, o en su primo Juan José Castelli, despojado por traición y comparar con el “enriquecimiento ilícito” del que son acusados o sospechados muchos de los políticos actuales.
Necesitamos urgentemente reformular los conceptos, la palabra debe retomar su peso porque la comunicación entre los seres humanos está quebrada. Precisamente aquí es donde aparece el conflicto, ya que la desvalorización del significado de las palabras nos puede hacer pensar en forma rápida, simplista y lineal, y creer que “política” es sinónimo de corrupción, o que el termino “sindicato” identifica a una agrupación que se enriquece a costa de los necesitados y no es así, sin duda hay gente cabal que lucha por los valores o ideales con que se formó, pero desgraciadamente esa gente no llega a “re-dibujar” un nombre que fue “des-dibujado” por tantos otros anteriormente.
La palabra ha tomado rumbos inciertos y es hora de reformular nuestro lenguaje para saber que decimos cuando decimos. Vivimos en una Babel donde lo que se dice es interpretado de acuerdo a la conveniencia de cada sector, la televisión corta y descontextualiza el mensaje para ofrecer un punto de conflicto, de discusión y asegurarse la continuidad de una noticia que de por sí, caería rápidamente en el olvido por su propio peso. El show mediático ya no es exclusividad de artistas, vedets o modelos, no están afuera del mismo, políticos y formadores de opinión, transformando cada acontecer en un hecho de liviandad sorprendente.
Todo esto no es nuevo y “…la Biblia junto a un calefón”, metáfora de la que hablara Discépolo como emblema del siglo XX, continúa vigente en el siglo XXI y acaso aumentada, ya que los medios de comunicación son más poderosos, más tecnificados y llegan definitivamente a todos los hogares, haciendo que lo que la opinión pública define como verdad sobre los distintos aconteceres sea simplemente la repetición de explicaciones cosméticas sobre los hechos.
Ahora bien, ¿Qué es la verdad? Si seguimos el pensamiento de Karl Marx diremos que la verdad es lo que el poder de turno determina como verdad, ya que el poder de turno tiende la potestad de manejar la información que recibe la gente. La nueva pregunta sería ¿Quién ejerce el poder de turno? sin duda los medios de comunicación tienen un peso sustancial transformando en malo lo bueno o viceversa de acuerdo a la conveniencia del momento.
La palabra ha perdido su peso y el discurso es un discurso vacío de contenido, lo que Santiago Kovadloff llamó “El silencio de la oclusión” (1) impera en gran parte de la comunicación actual, haciendo que lo que se dice no genere ningún tipo de sobresalto o modificación sobre el status quo reinante y de este modo asegurarse a través del manejo del pensamiento (o no pensamiento) de las personas la continuidad de determinada coyuntura. Nada va más allá, todo es liviano, nada se pone en jaque ni busca que la gente abra su cabeza a la reflexión. Lo fantástico es el rápido olvido sobre lo dicho, se postulan determinadas ideas que una semana después son reemplazadas por otras totalmente opuestas con una liviandad y frescura envidiables, los rivales acérrimos de toda una vida se asocian para tratar de ganarle a un supuesto rival mayor, hay dichos y contradichos, marchas y contramarchas, piquetes y contrapiquetes, y en el medio usted, nosotros, como si fuésemos marionetas.
Hay que cortar los hilos, sí, hay que cortar los hilos y comenzar a preguntarnos donde empieza el conflicto, no creo para nada que todo sea blanco o negro, sé que hay grises, no pretendo tampoco la utopía de una sociedad ideal a la que, por cierto, nunca llegaremos, pero sí debemos tener abiertos los ojos, los oídos atentos y saber que hay que re-significar lo que se dice, afrontar la crisis, repensar nuestro lenguaje, nombrar a las cosas por su nombre.
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1 – “El silencio humano -es sabido- no se expresa sólo mediante la prescindencia de las palabras también se expresa mediante las palabras de la prescindencia. Las palabras de la prescindencia provienen, usualmente, de la garganta del hábito, del dogma y del prejuicio[…] Ellas sustentan la ilusión de que en lo comprensible se agota el orden de cuando tiene sentido […] Las palabras de la prescindencia llevan a cabo una radical subestimación de lo inefable, empeñadas en reducir a algo objetivo y claro lo que no lo es, la poesía procura sostener en la palabra la inasible presencia de lo incognito. […] En virtud de su función encubridora, propongo llamar a esta modalidad de silencio; el silencio de la oclusión. – Santiago Kovadloff “El silencio primordial” – Emecé Editores (1993).