JUAN L. ORTIZ por GRACIELA WENCELBLAT (†2013)

Juanele Ortiz

Juanele Ortiz

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Juan Laurentino Ortiz -conocido familiarmente como Juanele- nació el 11 de junio de 1896 en Puerto Ruiz cerca de Gualeguay  y murió el 2 de septiembre de 1978.
¿Qué es vivir poéticamente? ¿Es posible la conjunción de vida y obra?
Juanele delgada figura, su andar como entre flores, su levedad y frescura que le conferían al rostro la dulzura e inocencia primordial sentía la creación como una totalidad desvalida. Era capaz de dolerse por la más insignificante de las criaturas.
Hermandad que se ve ya en su primer libro “El agua y la noche“:
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He sido, tal vez, una rama de árbol
una sombra de pájaro,
el reflejo de un río.
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Juanele no declama, no exhorta, él es su propio discurso vivo y celebrante.
En una entrevista concedida en 1973 ratifica esta actitud : «El poeta tiene una responsabilidad y su vida debe ser una respuesta; tiene que ser auténtico como él pretende que sea su poesía, que responda a lo que él siente más profundamente  y quiere para los demás. Poesía y vida deben unirse a través de algo que esté operando y de lo que se es responsable».
Para Ortiz la poesía es presente, se vive -como diría Borges- en la eternidad del presente, en la felicidad de esa posesión del paisaje:
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Señor, esta mañana tengo
los párpados frescos como hojas
las pupilas tan limpias como de agua,
un cristal en la voz como de pájaro,
la piel toda mojada de rocío,
y en las venas,
en vez de sangre,
una dulce corriente vegetal.
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Este presente no es intemporal, retiene lo perenne y lo jubilosamente  mutable pero hay como hubo en la vida de juanele un fuerte compromiso ético hacia el hombre y sus circunstancias históricas:
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El mediodía es dulce como el sol.
Sol de jardín tan suave hasta las 3,
Pero los fantasmas ensangrentados de los pueblos
Que se levantan  de los diarios…
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En el aura del sauce, de Juan L. Ortiz

En el aura del sauce, de Juan L. Ortiz

Hay una cuestión central en la obra de Ortiz: durante toda su vida escribió un solo libro En el aura del sauce, compuesto por trece poemarios escritos durante cuarenta y seis años (1924-1970).
A través de toda su obra hay un sentido de vitalidad, existencialidad, libertad y amor.  Es el artista quien entrelaza lo sublime con lo cercano con la naturaleza la hormiguita que lleva su carga el agua que susurra el campo que llora con el rocío mañanero. Ortiz pretende hacer descubrir en lo pequeño aquello de grande y trascendente que contiene, sin lo cual no habría sólido sentido en el mundo del hombre.
Era dueño de una formación literaria envidiable. Rilke, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Mallarmé, Pound, Eliot, Maeterlinck, Tolstoi, entre una lista interminable de autores, fueron sus inseparables compañeros junto al sereno transcurrir del río Gualeguay. No obstante, o precisamente por ello, su primer libro “El agua y la noche”, selección de poemas manuscritos, apareció recién en 1933, gracias a la insistencia de Córdoba Iturburu, César Tiempo y, especialmente, de su gran amigo Carlos Mastronardi. El diálogo con Mastronardi le permitió profundizar la música ir venciendo la timidez y el descreimiento de sus propios versos.
Estas vacilaciones y demora en publicar constituyen la ceremonia preparatoria de una poética que se abrirá después al mundo en una mirada piadosa y cósmica. Porque Juanele fue poeta  antes de llegar a la palabra, vivía en un estado de gracia contemplativo ,con la distracción del embeleso volcado a advertir los secretos de la naturaleza.
Hay en Ortiz influencia de doctrinas religiosas orientales como el taoísmo, inclinación por poetas chinos maestros japoneses del haiku, el zen.
En la obra orticiana hay un principio similar al tao pero a diferencia de éste no acepta la inmovilidad  ,admite la moral humana es capaz de abrazar una ideología política en la persecución de esa armonía musical en la que flotaremos al llegar al límite de nuestra experiencia humana.
“Yo no creo que uno pueda ser feliz y pasar el límite-es decir  morir-, sin haber encarnado una cierta unidad” dijo en una oportunidad y nos invitó a ser fieles a nuestra conciencia y no renunciar a nuestras realizaciones más puras :
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Para que las cosas no sean mercancías
Y se abra como una flor toda la belleza del hombre;
Iremos todos hasta nuestro extremo límite,
Nos perderemos en la hora del don con la sonrisa
Anónima y segura de una simiente en la noche de la tierra.
(De «Para que los hombres» de «La Rama hacia el este», 1940.
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“The old poet is a tramp” que  sobrevuela  por sobre la disputa o la reconciliación con la intemperie. Estas palabras son de quien sabe y ve.
Dicen y muestran mientras hacen su camino bajo el silencio en la tierra. El poema es un exilio de las palabras. Tiene la lucidez del hombre que se atreve a extraviarse con su escritura en zarpas y sin avidez dibujado casi como con una ramita sobre la arena , con silencio antes que con palabras con huellas antes que con tintas como buscando en la caligrafía la transparencia, una nitidez cuya fuerza no es la condensación sino el expandirse..
Su poesía es un intento de reconciliarse con los vacíos negros, lo indecible,
Las presencias reales, la muerte.
En otras palabras, un elogio de la vida.

Graciela Wencelblat

Graciela Wencelblat (†2013)

POETAS SOBRE POETAS

14x20, 104 pag.

Ensayos (2011).

Juntadores: Jorge Cambiaso, María Amelia Diaz y Susana Cattaneo.

Prólogo de Leopoldo Castilla.

Gianni Siccardi por Rubén Balseiro
Carlos Alberto Débole por Julio Bepré
Joaquín O. Giannuzzi por Graciela Bucci
Antonio Aliberti por Luis Raúl Calvo 
Jorge Luis Borges por Jorge Cambiaso
Roberto Juarroz por Cati Castaño 
Alejandra Pizarnik por Susana Cattaneo
Ana Emilia Lahitte por Mirta Cevasco 
Leopoldo Marechal por María Amelia Díaz
Ana Emilia Lahitte por Roberto Glorioso 
Antonio Requeni por María Granata 
Simón Kargieman por Irene Marks 
Rosa María Sobrón por María Paula Mones Ruiz
María del Mar Estrella por Carina Paz
Héctor Miguel Ángeli por Cristina Pizarro
Carta para Alejandra Pizarnik por Antonio Requeni
Alberto Luis Ponzo por Ricardo Rubio
Francisco Madariaga por David Antonio Sorbille
Juan L. Ortiz por Graciela Wencelblat
Héctor Yánover por Irene Zava